El rey Felipe y la reina Matilde de los belgas cerraron este lunes una simbólica visita de siete días a la República Democrática del Congo, con calado histórico, en la que el monarca expresó su «más profundo pesar por las heridas» causadas al país africano durante el período colonial.
En su segundo día en el país africano, el rey pronunció un discurso ante los diputados y senadores congoleses congregados en el Palacio del Pueblo en el que se refirió con crudeza al período entre 1885 y 1960 en que el Congo estuvo bajo mandato belga, para proseguir en las jornadas sucesivas con un trabajo diplomático más amable.
«El régimen colonial, como tal, estaba basado en la explotación y la dominación, era una relación desigual e injustificable, marcada por el paternalismo, la discriminación y el racismo. Dio lugar a exacciones y humillaciones», dijo el rey Felipe en Kinsasa.
El monarca -que ya en reconoció 2020 la «violencia y crueldad» ejercidas en el Congo- no llegó a pedir perdón por el pasado belga, pero sus palabras fueron calificadas como un «avance notable» por el presidente del la República Democrática del Congo, Félix Tshisekedi.
La actual República Democrática del Congo fue propiedad privada Leopoldo II desde la Conferencia de Berlín de 1885, donde las naciones europeas pactaron el reparto de África, hasta 1908, período marcado por una explotación masiva de los recursos naturales del Congo en condiciones de esclavitud para la población autóctona.
Se aplicó un régimen de terror con asesinatos en masa en el que fueron comunes castigos como la mutilación de las manos y, aunque no hay cifras exactas, se calcula que murieron entre cinco y diez millones de personas.
La colonia pasó después a ser administrada por el Estado belga, con mejoras en las condiciones para la población local, hasta su independencia de la metrópolis en 1960.
En los últimos años que Bélgica ha empezado a cambiar su visión y su discurso sobre su pasado colonial, con un goteo de declaraciones simbólicas que reconocen el trágico comportamiento en la antigua colonia y con actos como la modernización de la visión de la historia que ahora ofrece el Museo de África de Bruselas.
Otro de los actos destacados fue la devolución del rey Felipe al Museo Nacional de Kinsasa de una valiosa máscara «kakuungu», como preludio de la ley que tramita el Parlamento belga para ir restituyendo objetos y obras de arte obtenidos en condiciones abusivas en el Congo.
El primer ministro belga, Alexander de Croo, quien también participó en el desplazamiento, se sumó a ese espíritu de reconciliación al considerar «histórico» el discurso del monarca y señalar que «para poder construir un buen futuro, hay que afrontar el pasado».
No obstante, hay quienes reclaman que la antigua metrópolis ofrezca reparaciones económicas a la excolonia, que a inicios del siglo XX era la cuarta potencia del mundo gracias en buena parte a los recursos como marfil o caucho explotados en el Congo.
«Hubo repetidos arrepentimientos, pero esperaba del rey disposiciones prácticos para la reparación. El dinero del Congo construyó Bélgica, lógicamente también esperamos que Bélgica proporcione activos para reconstruir la República Democrática del Congo», declaró a los medios locales la diputada del Frente Común por el Congo Geneviève Inagosi.
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