Empujados por la necesidad, cientos de comerciantes mantuvieron sus actividades en un atiborrado mercado popular en Maracaibo, en el oeste de Venezuela, burlando las estrictas medidas que impuso el Gobierno el pasado marzo, y generando un foco de contagio que hizo saltar todas las alarmas en los últimos días.
El brote se produce en un área de 120.000 metros cuadrados, en la ciudad de Maracaibo, en la que cientos de vendedores, la mayoría al aire libre, reciben diariamente a decenas de miles de compradores que hasta ahora habían ignorado un riesgo evidente.
La ausencia de datos sobre afectados por el COVID-19 en la zona permitió que un problema de gran alcance, considerado ahora por el Ejecutivo como un «verdadero desafío«, creciera en lo que es un ambiente perfecto para que el virus campe a sus anchas y se nutra de la suciedad y la podredumbre.
Pero de un día para otro, se reportaron, al menos, 17 casos diagnosticados, una cifra que si bien puede parecer insignificante, no lo es tanto, teniendo en cuenta la dificultad para localizar a las personas en contacto con los contagiados y el tiempo transcurrido desde que se implementaron las medidas, obviadas por comerciantes y compradores.
Conocido como «Las Pulgas», la actividad en este mercado siempre ha sido anárquica, un escenario que no cambió en medio de la cuarentena, pues hubo poca disciplina con las medidas de protección como el uso de mascarillas o con el distanciamiento social, algo impensable en este revoltijo comercial, ajeno a la realidad del resto del mundo.