Con toda una vida dedicada a la elaboración artesanal de tabaco, Wallace Reyes no le da más de «quince o veinte» años de existencia a una industria que ha marcado la historia de la ciudad de Tampa (EE.UU.), en la costa oeste de Florida y que llegó a ser llamada la «capital mundial del puro».
«Somos los últimos dinosaurios, heridos de muerte, porque no hay un futuro muy brillante», lamentó el también filósofo y doctor en Antropología Social, que lleva cerca de cinco décadas analizando las causas del declive y cómo levantar esta actividad en zona de Florida.
«No ha sido por la industria, ha sido el Gobierno principalmente, con unas condiciones bien desfavorables», aseguró a Efe el tabaquero de 61 años.
En su misión de reducir el daño asociado con el tabaco, especialmente entre menores, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por su sigla en inglés) de EE.UU. proseguirá en 2017 una nueva etapa de regulación que, según Reyes, agregará desde enero un gravamen de 25 centavos adicionales.
El incremento hará que suba hasta 1,79 dólares el recaudo total estatal y federal por cada puro.
Desde que aprendió a hacer tabacos, a los 14 años, y hasta ahora, cuando aún los fabrica como parte de un reducido grupo de pequeños artesanos, Reyes ha vivido de cerca el auge y la caída de esta actividad en Tampa, epicentro de esta industria en Estados Unidos, y sobre la cual ha escrito libros.
El investigador ha documentado desde que los mayas y los aztecas «dominaban» en el año 1515 la manufactura de los puros, hasta la época dorada que gozó el sector en Estados Unidos, con «234 fábricas en Tampa y unos 30.000 tabaqueros» entre 1901 y 1913.
«Eran tabacos de desayuno, almuerzo y comida», rememora.
Cuenta que en la actualidad son apenas cinco, con él incluido, los que se pueden contabilizar en la Séptima avenida, del tradicional vecindario Ybor City de Tampa, y que forman parte de unos cien artesanos en toda Florida.
«Queremos que la industria se mantenga aquí, que no se vaya, que no la sofoquen, la están quemando», expresó.
Reyes, un experto en la revolución industrial en Florida y que se ha dedicado a estudiar el estado como una mezcla de «los diferentes grupos étnicos», es autor del libro «Once upon a Time in Tampa, Rise and Fall of the Cigar Industry».
El tabaco, dice, ha estado presente desde 1886 en esta ciudad, primero en Ybor City, y nueve años después en West Tampa, y con este un gran influjo de inmigrantes cubanos y españoles, y también de italianos y alemanes.
Relata que desde entonces han sido varios «los clavos en el ataúd de la industria».
En 1912 los impuestos y tema sindicales, en 1929 la Gran Depresión, que hizo que muchos cambiaran de trabajo o se fueran, y en 1946 los estragos económicos de la Segunda Guerra Mundial.
Señala que ha sido sistemática la ausencia de apoyo gubernamental a las pequeñas y medianas empresas, que considera son las que «sostienen» a este país, pero son las que al final «pagan los platos rotos» y terminan yéndose, como lo hizo la empresa de puros de su familia, que se mudó a Honduras en 2008.
Otras manufactureras se han ido a Nicaragua, República Dominicana, Puerto Rico y Ecuador, países que junto con Honduras se convirtieron en los principales proveedores de tabaco a Estados Unidos, tras el fuerte golpe que sufrieron los empresarios del sector por el embargo económico impuesto por EE.UU. sobre Cuba a partir de la década de 1960.
«Hasta ese momento en Tampa sólo se utilizaba tabaco proveniente de Cuba», recuerda Reyes.
La elaboración, acostumbrada a una hoja de primera, «de cinco años, es decir, como un buen vino», sufrió porque no quería tabaco de otro sitio, explicó.
Aunque el nuevo suministro estabilizó el sector, el auge del cigarrillo empezó a reemplazar al puro, y la apertura comercial que significó en 1983 la Iniciativa para la Cuenca del Caribe abrió la puertas de esa región a una industria en busca de países con bajos aranceles.
«La empresa de nosotros se fue a Honduras porque no podía tener un margen de ganancia propicio, porque eran muy altos los impuestos», indicó el empresario.
«Las industrias no se van, las echan», dijo Reyes sobre estas manufactureras, que en diez años pasaron de una poca regulación a una cada vez más estricta, que él considera desventajosa.
«El impuesto se le aplica a los de aquí no a los cigarros que vienen de afuera», lamentó el artesano, que asegura que la FDA además está comparando erróneamente el hábito de fumar puro, con el de fumar cigarrillos.
«Son dos cosas diferentes, es como tomarse una copa de vino o tomarse un paquete de cervezas», aseveró. EFE