Hillary Clinton lo tenía todo para ganar: el favor de su partido desde antes de comenzar las primarias, tres décadas de servicio público a sus espaldas y el impulso de un popular presidente. Pero nada de eso bastó a un país en plena revolución, que le negó la Casa Blanca cuando la daba por sentada.
Marcada desde el comienzo de su campaña por el escándalo de sus correos electrónicos, Clinton se esforzó durante un año y medio en ganarse la confianza del país, pero no logró convencer a la crucial coalición de votantes que dio en dos ocasiones la victoria al que fuera su rival en las primarias de 2008, el presidente Barack Obama.
«La coalición de votantes del presidente Obama resultó ser única, y aunque acudieron a las urnas por él, no se sintieron similarmente atraídos por el mensaje y el programa de Clinton», explicó hoy a Efe un experto en ciencias políticas en la Universidad de Michigan, Aaron Kall.
La que pudo haber sido la primera mujer presidenta de los EE.UU. no logró romper el metafórico «techo de cristal» con el que había tratado de presentarse como una nueva candidata histórica, una digna sucesora del Obama que en 2008 abrió el camino a la Casa Blanca a un grupo al que hasta entonces se le había negado.
Pero el voto anticipado en los estados clave ya advertía que los afroamericanos que se habían entusiasmado con Obama no se estaban movilizando por la ex secretaria de Estado, mientras que la clase blanca trabajadora sí estaba motivada por el candidato republicano, Donald Trump.
El magnate «hizo un mucho mejor trabajo a la hora de movilizar a los votantes rurales que Clinton en cuanto a movilizar» a la base que impulsó a Obama, resumió Kall.
Clinton ganó el voto de las minorías por 54 puntos porcentuales, pero se quedó a una notable distancia del margen de 61 puntos que logró Obama en 2012; mientras que Trump ganó los votos del 60 % de los hombres blancos y el 52 % de las mujeres blancas, según las encuestas preliminares a pie de urna.
La candidata demócrata debería haberse beneficiado, en teoría, de la popularidad de Obama, valorado por el 56 % de los estadounidenses y que se había involucrado en la elección de Clinton a un nivel sin precedentes en la historia del país, al vincular efectivamente su propio legado a la llegada al poder de su compañera de partido.
«Obama es tan popular como Ronald Reagan en 1988, que sentó las bases para la victoria de George W. Bush. Pero aunque los simpatizantes de Obama le fueron leales, nunca llegaron a aceptar del todo a Clinton», señaló Kall.
«Esta fue una elección revolucionaria, y el popular presidente que está en el poder no fue lo suficientemente fuerte para contener los vientos de cambio que deseaba el país», apuntó.
Además, muchas de las «políticas de Obama y sus consecuencias no han sido populares» en un notable sector del país desde 2010, cuando los demócratas comenzaron a perder asientos en el Congreso, apuntó a Efe un profesor de ciencias políticas en la Universidad de Buffalo (Nueva York), Jim Campbell.
Esa «insatisfacción» con el «statu quo» en Washington acabó pesando más que «la incertidumbre e incluso el disgusto que generaba Trump como alternativa», añadió ese experto.
Para muchos estadounidenses, los Clinton son la epítome del «establishment», el aparato que maneja el país desde Washington y al que consideran desconectado de sus problemas reales, y la candidata demócrata tuvo que cargar con esa imagen de elitista y deshonesta, de ser alguien capaz de todo para hacer realidad su ambición.
Su larga batalla en las primarias contra el senador Bernie Sanders, adalid del ala izquierda del partido, sirvió quizá de preludio para el examen de conciencia que tendrá que hacer ahora el Partido Demócrata, que regaló su arquitectura y sus apoyos de alto nivel a la ex secretaria de Estado.
«Ahora que los republicanos van a controlar las tres ramas del Gobierno, es probable que haya una guerra civil entre los demócratas», opinó Kall, que pronosticó un refuerzo de la izquierda del partido, de la mano de políticos como Sanders y la senadora Elizabeth Warren. EFE